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CENSURA
Los diccionarios ordenan las acepciones de las palabras de acuerdo con criterios «no siempre
fácilmente armonizables entre sí», según indica la Academia. A menudo, la frecuencia de uso se ve
subordinada a razones históricas o semánticas complejas que pueden desorientar al usuario de estos
repertorios lexicográicos.
Viene esto a cuento de la voz que ahora nos ocupa. En el propio Diccionario de la docta insti-
tución se indica que es censura la ‘acción de censurar’, es decir, de ‘formar juicio de una obra u otra
cosa’, valor seguramente hoy ajeno a muchos hablantes de nuestra lengua. Van después distintas
acepciones que pueden parecernos más comunes como las de ‘corregir o reprobar algo o a alguien’
y [dicho del censor oicial o de otra clase] ‘ejercer su función imponiendo supresiones o cambios’,
entre otras. Hay, además, sentidos referidos al derecho canónico (en alusión a la pena eclesiástica) y
al mundo clásico (‘entre los antiguos romanos, oicio y dignidad de censor’). Más aún, se incorpora
un empleo especializado del vocablo, concretamente de la psicología, como ‘conjunto de factores
que regulan determinados hechos psíquicos permitiendo que algunos emerjan a la consciencia y
otros se repriman’. Y uno hoy desusado: ‘padrón, asiento, registro o matrícula’. Se hallan en esta
entrada lexicográica diversas formas complejas conocidas (censura de cuentas, censura previa, censura
sanitaria) y una remisión a voto de censura.
Como en tantas y tantas ocasiones, la explicación es histórica. Todas las palabras de la familia
léxica a la que censura pertenece remiten directa o indirectamente al verbo latino censere que tenía
el signiicado de ‘estimar, evaluar’. En la lengua del Lacio existía ya el derivado censura ‘oicio de
censor’ y ‘examen, crítica’. Y de ahí nuestra voz, con evolución culta. Por lo tanto, desde el punto de
vista etimológico la censura supone ante todo un acto de análisis y valoración. Cierto es que de ahí a
la ‘reprobación’ solo hay un paso.
A juzgar por los registros que ofrecen los corpus léxicos de naturaleza diacrónica, este vocablo
no debió de ser muy usado en el período medieval. Las primeras atestiguaciones del mismo nos
llevan a los siglos XIV y XV, sobre todo a este último. Con frecuencia, las atestiguaciones se recogen
en fragmentos referidos a cuestiones de la Iglesia y, con mucha frecuencia, en el sintagma censura
eclesiástica. Los ejemplos aumentan en el siglo XVI y se multiplican por doquier en el XVII, que es
cuando al parecer se fueron consolidando los diversos signiicados del término que llegan a nues-
tros días. Fernando de Herrera deiende en sus Comentarios a Garcilaso (1580) que Boscán merecía
«mucha más honra que la que le da la censura y el rigor de jueces severos». Por poner un ejemplo de
entre miles semejantes, Agustín de Zarate, cronista y «contador de mercedes» para el Virreinato de
Perú, señala que se le había encargado que «pusiese [...] la censura que requiriese para imprimirse»
la Elegía de varones ilustres de Indias (1589), de Juan de Castellanos, por si en ella hubiera algo que
debiera ser enmendado. Y enseña Gracián en el Oráculo manual y arte de prudencia (1647) que «tanto
huye de ser contradicho el cuerdo, como de contradecir: lo que es pronto a la censura es detenido a la
publicidad de ella». Al menos desde el siglo XIX se localizan en textos políticos —y también satíri-
cos— los sintagmas voto de censura y voto de conianza; juntos los escribe, en 1842, Modesto Lafuente y
Zamalloa, alias Fray Gerundio y Pelegrín Tirabeque, en un fragmento en donde relata con gracejo la
actuación de ciertos diputados franceses. Recuerde el lector aquí una moción de censura reciente.
Vicente Lagüéns